12 nov 2015

CUANDO LAS PALABRAS NACEN DEL CORAZON DE UNA GRAN MUJER HACIA UN TORERO, HACIA UN HOMBRE.


Hace más de una década que lo conozco y, más allá de la madurez que dan los años y la experiencia, poco más ha cambiado en él. Sigue siendo aquel hombre serio, tímido, elegante, con hechuras de torero dentro y fuera de la plaza, de pocas palabras, sólo las necesarias para defender su concepto del toreo, algo bohemio pero con los pies en la tierra…
Él es así, artista y torero, culto e inteligente, caballero de los de antes y de los que quedan pocos, de los que miran a los ojos y ganan en las distancias cortas… Es sencillo, sin dobleces, algo solitario e intimista, pero abierto y cercano en sus círculos más cercanos…
Luchador nato, de esos de los que por mil veces que caiga, mil veces se levanta, capaz de reinventarse y continuar apostando por su gran pasión… Soñador e iconoclasta, de sonrisa contenida pero corazón agradecido, de los que son capaces de darlo todo a cambio de nada o de casi nada…
De modales exquisitos y soberanas maneras, educado, directo y con fuerza… esa fuerza que algunos confunden con soberbia y que es más que necesaria para mantenerse en pié entre reses, empresarios y aficionados (que no entendidos y que no es lo mismo). Es inagotable e incombustible, incapaz de tirar la muleta, de abandonar la montera o de dejar de pisar el campo.
El campo… su espacio, su hábitat, el lugar en el que se encuentra a sí mismo y en el que se reencuentra con sus instintos más toreros, con sus pasiones más inconfesables… Es maestro y de sangre caliente, temperamental, de mirada limpia y clara y humano, muy humano…
Porque por encima del torero está él, su esencia, su interior y su alma… y porque sólo conociendo al hombre se conoce al diestro del toreo eterno, de la izquierda magistral, de los cuadros grabados a fuego en la retina…
Él es así… Él es Juan Antonio Millán Herrador.
Por: Chesca Martínez