No es necesario ocupar una localidad en una feria de renombre, Madrid, Sevilla, Pamplona…, y ver en el ruedo a una figura estar delante de un toro para disfrutar de una buena tarde taurina.
Ayer pudimos disfrutar de una tarde especial con Juan Antonio Millán “Carnicerito de Úbeda”, todo un recital de buen toreo entre amigos, en silencio, sin aplausos -aunque algún olé se escapara de los allí presentes- presenciando una de las tantas tareas que un matador de toros emplea para estar dispuesto y a punto en todo momento.
Cuarenta y cinco minutos de reloj, que se dice pronto, estuvo embistiendo la becerra del ganadero de Úbeda D. Juan Pablo Jiménez Pasquau a la muleta de este grandioso torero; y es que cuando quien se pone delante para comprobar la bravura de una res con capote y muleta, sabe para qué sirven los avíos de torear y el toreo surge de lo más hondo del alma, el espectador es transportado a una dimensión difícil de narrar.
Tarde de toros con unos matices muy distintos a la de cualquier tarde de Feria. Sin “chispeantes” cargados de alamares en seda y oro. Un cuarto preparado al efecto es el que hace de habitación de hotel para que el maestro vista su atuendo campero compuesto de calzona, camisa y unos lustrosos botos camperos que sean llevados con la dignidad y torería de Juan Antonio Millán, no tiene nada que envidiar a cualquier tarde de expectación en el ruedo.
No es tarde de aficionados esperando apretujados al torero en la puerta del hotel, solo unos pocos amigos privilegiados en la explanada del magnífico cortijo que tras saludar al maestro nos dirigimos a la coqueta plaza de tientas donde aguarda la res para demostrar su bravura.
A la voz de “puerta” se hace presente la becerra que servirá de puesta a punto al torero, quien en la intimidad que da el campo bravo, borda el toreo ante una excelente vaca, poniendo de manifiesto el buen momento en que se encuentra. Valor, firmeza y profundidad en su toreo, se adivina su ilusión sin duda puesta en que su situación no tiene más remedio que cambiar.
Tarde en la que no hay bullicio de gentes ansiosas de ver triunfar a su torero, ni desplantes a la galería, ni orejas y salidas por la puerta grande en señal de triunfo, no hay ¡oles!, si acaso un “bien” profundo de los aficionados presentes al rematar una serie de verónicas del maestro que deja la vaca en el centro del pequeño ruedo para tomar la muleta y gustarse toreando; es cuando el momento se parece más a una tarde de toros con una diferencia muy especial. Aquí si alguien triunfa es el toro, ese toro imaginario y soñado que aún no ha nacido y que con la exigencia que se le pidió a la becerra, si ésta hubiera sido seleccionada para un tentadero al uso, por su bravura y pasados cuatro años en el mejor de los casos poder ver lidiar sus productos en cualquier plaza de toros de nuestra geografía.
Pero como dicen que una imagen vale más que mil palabras; aquí os dejo una serie de fotos donde poder contrastar lo narrado.
Así torea en el campo y así lo expresa en la Plaza...... de Las Ventas
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