Reconozco que nos sirvieron de mucha ayuda los bueyes de los “Retameros”,de los que se decía haber nacido debajo del puente de Retama, en Ciudad Real, llevando por delante un “atajo” de cabras de mucho respeto; también las vacas domadas de los “Misildos”, que tambien fueron cabreros, y que tenian buena mano -a veces dura- para la doma de los “vacos”. Eran los pastores y los cabestreros. Por día, “pá” los dos padre e hijo, cuatro duros y la mantención, tanto de los bueyes como la de ellos, eran sus sueldos; a los de las vacas tres duros. Otra vez, tio Pepico, que esto es un cuento.
Calla, me dice y escucha: Vino Paco Arranz a dar una vuelta, quedando sorprendido del cambio que había pegado aquello. Las retintas gordas, como nutrias y sus becerros igual, por lo que a estas alturas del año, decidimos enviarlas al Matadero de Legazpi de Madrid. Las retintas con los terneritos, “haciendo ojo”; hoy ya no hay carne de aquella. Por cierto que una ternerita en canal, piel incluida, no dió los ochenta kilos y fué decomisada. Que leyes!, y yo acordándome de los huérfanos de guerra de mi pueblo, pasando “rasca”.
Qué pasó con las “cárdenas” o las “nevaillas”, como usted dice?.- Es que ésto, ni es cuento ni es entrevista, ni es nada. Me puse serio, pero como si nada. Vamos al tema ó cuento, ó lo que resulte. Algo, como disimulando un punto de enojo, advierto en su gesto, y prosigue: Aquellas retintas eran ásperas, altivas y encaradas, mientras que las “cárdenas” eran más manejables, nobles y vivas como ellas sólas; ahora eso sí, se colocaban delante de los terneros en cuanto notaban que se los mirabas. Esto, me produjo cierta inquietud. Hasta que un día, uno de esos ... de los de Olid, de la “cortijá” esa grande entre Jarafe y Mendoza, y me viene diciéndo que eran bravas, pero bravas de verdad y que ese hierro era de no sé que Marqués, de aquellas tierras de la baja Andalucía. El sí lo sabía. También advirtió que las crias estaban “escuartás” de una y orejisanos en la otra, que era nuestra señal de siempre y advirtiéndonos de que no herraramos, aunque ya hubieramos “señalao” pues el hierro de bravo habia que comprarlo y nosotros sólo teniamos el de manso y con las leyes de ahora ni para eso; sólo para ponerlo con “la pez” a las ovejas, el día del esquilado y no más.
A todo ésto, y te sigo contando, pues que llega un día Paco Arranz con Don Juan Pedro Valcárcel, que estaba en todo su apogeo, pretendiendo comprar las vacas de vientre, ya preñadas y con la reata del año anterior. Por lo visto, ya conocía del sacrificio de las retintas. Se ve que pensó en la ganga. Mi amigo, ya me tenía advertido de la mucha calidad de bravo que tenian las “nevaillas” del Marqués, que el conocía tan bien; por cierto que he sabido que este muchacho proviene de familia de cierta alcurnia, aunque se dedique a estos menesteres de la marchantería, el trato y los ganados. Yo lo relaciono con aquellas gentes nobles, propietarios de la finca “Gil de Olid”, la del Privilegio, y se dice que también lo fueron de Mendoza, Jarafe, La Laguna y de esa que ahora es de los Sanz, Torrubia se llama, sí; también de Arroyo-Vil y no sé cuantas más. De todas formas yo siempre he creído que eran del Rey...Pepico, por favor que se me sale del cuento, le advierto. Enseguida se rehace y continua: Si es cierto, llevas toda la razón. Estábamos en lo de Don Juan Pedro y un San Miguel más, desde que llegaron. Pues sí, que al final se le venden unas veinte vacas, guapas y avanzadas de preñez, quedándonos con lo de año, machos y hembras, y alguna vaca que no pudo salir adelante, por la edad así como el semental y que vendimos para un fabricante de embutidos, un tal Tomás Tirado, que quiso ser torero y que tuvo un hermano, ya novillero puntero, al que un novillo en Ubeda debió de cogerlo de mala manera, ya que de resultas perdió la vida. Tal vez si le hubieran cortado la pierna a tiempo pudiere haberse salvado, pero...ésto me lo contó Juan Pedro Toledano; el padre debió oponerse a lo de la amputación. Pasó lo que tenía que pasar. Yo creo que el “Olid” se hizo muy amigo de aquél hombre, el padre, “Manolíco” le decían. Los añojitos, y yendo a lo nuestro, se le vendieron a unos feriantes que venian para San Lucas. Nosotros nos quedamos con las añojas.
Al poco de esta transación, viene Rompetelas o Rajatelas, no me acuerdo bien, que empezaba como ganadero, a comprar las añojas, que estaban de ver. Ya sín las madres y con el destete en condiciones y bien hecho, por lo que no hicieron sentimiento alguno. Ya sin las madres, te repito, pues que se crecieron (parecian el doble de grandes) y dispuestas para afrontar en condiciones una primavera, de la que sacar fuerzas, para con poco más, soportar su primera tienta, y a todo esto sin herrar. Como te venía diciendo, llegó ese hombre y con buen pie , por cierto. Se le vendieron las añojas, con una sóla hierba, que para las retintas -venian más tempranas- hubiera supuesto la segunda, de no haberlas sacrificado. Obtuvo un buen resultado, ya que enseguida, a los pocos años comenzó a lidiar reses playeritas de cuerna, como las madres y ese “entrepelaillo” que ya iba con ellas desde chicas. Fortalecieron el encaste “asaltillao” que tenia en su casa. Supe que el Marqués, dueño de nuestras vacas, formó la ganaderia con cuarenta remiendos, practicamente igual que éste, el que compró nuestras añojas “escuartás alante”. Me decía mi amigo, que sabía de bravo, de su casta le vendría, casta que yo adivino como de aquél Gil que fué alguacil del pueblo y de todo el partido judicial, durante muchos años, sí el Tío Gil de las cruces de Mayo.
Me salgo de la cuestión, lo cierto, es que me decía este muchacho que tenia mucha confianza en los “ganaos cruzaos”, pues aumentaban el carácter, se adaptaban a cualquier terreno y sacaban una bravura más regular. Las vacas criaban, como ningunas otras, les aumentaba el ingenio y eran más listas. Por cierto que también me informó de que muchos toros de Valcárcel, bravos y fieros y hartos de habas, que venian de reatas de nuestras cárdenas, ya venian dándoles de “lao” las figuras del Toreo y la mayor parte iban al matadero, lo mismo que nuestras retintas, fueron. Lo del Marqués nuestro, con lo serrano “remendao” o “berrendo en negro” (aquí decimos “remendao”) que tenia en su casa, fué demasiado. Bueno, te debo estar cansando, aunque puede que otro día, y termíno, te cuente algo interesante de aquel Tio Gil, el de las Cruces de Mayo, que ha salido en conversación.
Pasaron años, bastantes, diecisiete, dieciocho, tal vez veinte, hasta el punto de que comencé a ponerme viejo, de hecho ya la vista venía fallándome y no se porqué razón, me ví un día en una finca de éstas tempranas, cerca de la Aliseda; y mientras unos se iban de caza, otros de parranda, cartas, alguna niña de buen ver, o alrededor de un buen caldero, yo me ví en solitario echado sobre una cerca de piedra musgosa con signo de haber superado el paso de los tiempos. Hacía bueno y el campo en todo su esplendor con un vientecillo, como una brisa suave refrescaba mi espalda que sin estar sudorosa, agradecía. De pronto percibo que el ganado que estaba traspuesto, se aproximaba y por delante unas vacas muy “elanteras”, playeras de cuerna y con el morro “levantao” y un mugír sereno y grave, sobre un paso lento y confiado llegaron a mi proximidad, más cercanas las viejas, “toas entrepelás” llegando a barbear la alambrada colocada sobre ese tramo de cerca, con algún deterioro y olvidada del albañil, y todo sin extrañar mi presencia. Qué habrían de extrañarla!
Al Tio Pepico se le quebró la voz, le pudo el sentimiento, imposible terminar su Relato, que no cuento, era realidad, por lo que continuo yo: Venian sín reata, posiblemente vacías, ya para este año “hogaño”, hubiera dicho el bueno de “Pepico” entraban en el deshecho; formando, al aproximarse, corro a su alrededor hasta el punto de lamer las manos de este amante de los animales , que ese día se olvidó de otras cosas de la vida, porque presintió que su lugar, en ese día y a esa hora, casi veinte años despues, era aquél, y echado sobre esa cerca, para acariciar y recibir las caricias de sus añojitas “un escuarte alante” -expresión ésta que me costó más de una regañina del “tio Pepíco”, ya que siempre que no se indique si el descuarte es atrás, se considerará delante; y si es de una, siempre será la izquierda; ahora, con un yerro que no les pertenecía. El no quiso herrarlas. Ya no valía el hierro de las ovejas. Cambiaron muchas cosas, para él y para todos, desde aquello de la de Liberación, como solía denominar. Una lágrima, sólo una, hoy sí, salió de esos ojos, ya muy secos, siempre muy abiertos y muy distantes, que apenas ya sólo servirian para llorar en silencio sus alegrias y sus ... Aquella lágrima fué a esconderse, entre la barba, ya menos cuidada, que en los tiempos de la fecha que acuñaba, aquél cartel sepia y apolillado y en el que era anunciado, como “Litri”. Mientras que las “nevaillas” que venian más tardías, como os he contado, comenzarian a parir, bien preparadas para San Miguel.
José Olid