En Mancha Real dejaron de darse toros cuando la placita de mampostería se convirtió en un corral de ganado y después, fruto de la especulación urbanística, un inmenso solar. Decir que mis recuerdos son claros, sería faltar a la verdad, a medias, pues la vaguedad que acompaña a la neblina del tiempo repasan en mi memoria los toriles derruidos, las horadadas paredes de la barrera, y un semidestruido graderío. Ayunos de festejos, los críos que por los sesenta aún podíamos jugar al toro en los recreos del colegio, sin que se viera mal, eso sí compitiendo con los compañeros a los que les gustaba pegarle a la pelota, llegaron los últimos años de la década en los que por fortuna el alcalde farmacéutico consintió una plaza portátil en lo alto del pueblo. La ilusión, los nervios y la ansiedad se apoderaron de mi que no veía el momento de pedirle a mi padre que me llevara a ver El Empastre, y la ilusión, los nervios y la ansiedad que aumentaron, al oler y sentir el ambiente del toro me envenenaron el alma y metieron para mis adentros El Troyano de toreo.
Ya ven lo que un gusano puede llegar a horadar a un individuo. ¡Nunca jamás pensé que terminaría escribiendo de toros!, quizás por eso nunca preví conservar sine die los recuerdos de aquellos años. Sin embargo, en la vaguedad de las tinieblas jamás podré olvidar la tarde en la que un torero de la tierra vino a torear a mi pueblo. Le llamaban Carnicerito de Úbeda y los que de esto entendían no paraban de hablar de sus excelencias como novillero y sus tardes en la plaza más importante del mundo. Madrid.
Aquella tarde de octubre, hubo un acontecimiento que la fijó en mis recuerdos, Carnicerito, Antonio Millán, vestía de grana y oro. Lo de grana lo aprendí después. Y supe que su toreo impoluto, serio y fino fue la esencia de la tarde, o al menos eso es lo que mi padre me comunicó.
.- Ha toreao muy fino – me dijo –
Pero aquella tarde, la asociación de ideas aumenta el recuerdo, el acontecimiento como siempre fue extrataurino. Un borracho, arrojó un botijo al ruedo con tan mala fortuna que rozó la mano de José Antonio Campuzano que alternaba con el paisano.
Aún tengo delante de mis ojos el momento en que Carnicerito de Úbeda arrimó el toro al sol y sombra donde mi padre y yo nos sentamos, aliñó, perfilo al burel y recetó una extraordinaria estocada. Su semblante serio, orgulloso de lo realizado, y consecuente, coincidían con las explicaciones de mi padre.
.- Tenemos un buen torero en Jaén… ¡ya era hora!
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio