Siempre creí que serían cuentos del “tío Pepico”. Me lo contaba todo, esto y muchas más cosas. Presumía al vestir la blusa negra manchega; debió ser un buen tratante, tanto de ganados como de fincas y granos; y muy respetado y formal. Su hombría de bien era perceptible desde cualquier ángulo y a primera vista; y más aún si profundizabas en su persona. Gozaba de buena fama como conversador y así mismo era el mantenedor de las mejores tertulias y reuniones (recuerdo la del Molino Aceitero de las Monjas, en el Llanete) en las que lucía, con un “ángel” especial, sus pláticas. Además, muy suelto con la gramática, gustándose a veces, sobre todo en el manejo de la “jerga” ganadera, un tanto del vulgo, pero que resultaba erudita en su léxico, pues apreciabas que la usaba para lucirla y sobre todo consciente, de que al igual que su vista, entraría en una, más que posible, etapa de extinción.
Mantuvo buenas relaciones personales y comerciales con importantes ganaderos, como Don Félix Moreno, Doña Enriqueta de la Cova, Doña Paca Marín, con los nobles de Gotór y Doña Paz, la que aunque por línea colateral, -no todo depende de un titulo- era más noble aún; Don Tomás Jiménez, Bartolo Herruzo, Juan León o Paco Arranz, todos andaluces, salvo este último que era de tierras “charras”. Independientemente de que fueren, más nobles o menos; más de tiros largos o de camisón sin “tirilla”, los ganaderos, labradores y tratantes de la comarca y toda la Andalucía, eran, tenían y disfrutaban de su confianza, mutua confianza. Era mucho el prestigio humano y profesional el almacenado por el “Tío Pepico” a lo largo de su vida.
Tuvo que sentir auténtica veneración por dos Juanpedros, el de Valcárcel y Toledano, dos instituciones del libro de la vida, de la gramática parda y dentro de su, más que posible, analfabetismo. Ambos más longevos que el propio “Pepico”. Dos personajes de los que siguiendo sus consejos y sentencias nunca te perderías o cometerías errores al escoger el camino adecuado en tu vida. Fueron una brújula, para su generación. Me los mencionaba con mucha frecuencia. Debieron dejarle buena huella. Un tercer Juan Pedro, el Domecq que compró la finca de Jandilla a Don Félix Moreno, ya menos romántico no anduvo con plácemes y voluntades para los que con anterioridad frecuentaron la casa. Pepico no fue menos y el tal Juan Pedro, el del vino, al hacerse cargo de “Jandilla”, ya no nos vendió ni el descaste, quitó “to lo asaltillao”, me decía.
De todos ellos aprendió y tomó nota, el bueno del “tío Pepico”, para discurrir superando ese difícil camino, que le tocó recorrer y ver, hasta que sus ojos perdieron la luz. Para que quería seguir viendo, con la de Cuba, las dos Mundiales, la de Marruecos, lo que le contaron de Filipinas y la que el nombraba, como de Liberación, ya había visto bastante y oído más todavía; no sé, en cual de sus frentes perdió a dos de sus hijos, y ni tan siquiera si fué en el mismo bando; también un hermano. Otra huella más, ésta de esa parte de una vida sin lágrimas, de ojos secos del silencio a solas y tertulias consigo mismo. Ya octogenario y ciego, le seguía perdiendo su infinito amor a los animales, al campo, a una buena tertulia y a un buen yantar (decía Genaro, su “aperaor”, que lo mismo le hacía alegrías a un buen tomate del Olivar de las Huertas que despreciaba un buen jamón, de esos que tienen las etiqueta de crianza).
De hecho nada bello de la vida, le pasó desapercibido. Le leo estos previos y en tono exigente, me amonesta diciéndome, “estás haciendo una exageración y queda como la presentación de un personaje real y no él del cuento, olvidándote, de que me habías hablado de otra cosa, como de un cuento”. Y sigue, ansioso de contarme, lo que para la ocasión, había ordenado en su mente: Todos mis antepasados eran toreros y carniceros y de aquellos que tengamos referencia escrita, y como más antiguos, tenemos constancia de los que servian las carnes de abasto a la tropa del General Castaños; yo creo que a los franceses también, pero esto no lo pongas, pues no estoy muy seguro del “tó”. La familia formaba la cuadrilla y además llevaba las reses bravas y cobraban la muerte y el trabajo con la obligación de llevar la lidia, cosa que se hacía con mejor o peor suerte, que de todo hubo. Sabrás que de aquellas fechas procede lo de cortar la oreja como premio, era como el pagaré para después cobrar, al presentarla, también la canal. Con nosotros venían los “checas” que al emparentar con mis sobrinos, también hubimos de meterles en las cuadrillas. Alcancé a ver a Frascuelo, del que recuerdo como liaba la muleta para los pases de pecho, y eso que siempre le venían para largarles tela; lo de ligarlos era cosa de Lagartijo. Habla con “El Pipo” que el te lo cuenta mejor.
Yo mismo, muy joven participé de esas actuaciones. Posteriormente, muy a principios de siglo, estuve anunciado en un festival con el “mote” de “Litri”, mucho antes de los Litri que hubieron de venir en figuras. Por cierto, que suena fuerte por ahí, un “Litri” novillero, del que se dice que es hermano e hijo a la vez... Este mundo!...Cosas raras, nunca han de faltar.
Manda llamar a una hermana soltera, bastante mayor que él, que presumía, según me dice, de que su madre, de quién aprendió el oficio de “dulcera” le había confitado a la reina Isabel II unos “piononos” , mejores que aquellos que le fueron servidos al Papa que hizo Noveno de los Píos, cuando vino de visita a Granada; Isabel II a lo que sí le puso nombre fue a la sierra del Almadén (Sierra de Magina) el día después de probar los dulces, años después con la visita papal denominados “piononos”, los de “Trinidailla”, era el nombre de la hermana de Pepico. Presentóse la mujer con un cartel apergaminado, replanchadito, cogiendo sepia y con huellas en los bordes de alguna polilla que aposentó en él sus reales dominios, bien enrollado y cogido con cabo de seda, que según el tío Pepico, sedas de color verdad, de aquellas sedas que vendían los tíos de las cintas y que traían de Manila; ahora unos venden corbatas y otros pájaros, me aclaraba.
Pero lo de... todos carniceros puede valer, pero eso de todos toreros? Parecía que se me salía del cuento, más que nada por el tinte testimonial que le dió el viejo cartel a esta conversadera. Continuó relatándome: Yo he tenido en mi casa las vacas más bravas y más nobles de la historia. Como aquellas no habrá otras. Por entonces, yo ya era un hombre maduro. Paco Arranz, el de Salamanca, que tenía algunos años más que yo, vino a sus negocios y se quedó, haciéndonos socios.
Pero bueno, “tío Pepico”, que esto es un cuento, no un relato, le interpelo: Deja, deja que te cuente,...pues no es un cuento...?. Es verdad lo que...deja que te diga, pero como de resultas, habrá quien crea que es sólo fantasía, pues que cada cual se quede con lo que más le interese. Cuento o no, Puedo continuar? Sigo pues: Nos manejábamos bien, mi socio y yo por “tierrabaja”. Después de la Feria Chica de Ronda compramos una punta de vacas con el mismo hierro y distinta señal, unas “nevaillas” y “cárdenas”, con un semental algo viejo y muy “descolgao” y otras retintas, no de las del Guadalquivir, que tienen la cola blanca y más caja, sino de la retinta marismeña que es bastante más “encendía” de pelo. Vinieron andando hasta la campiña de la alta Andalucía, nuestra tierra. Varios meses a base de buenos “costales de pienso” del molino de la “Ermita” abundantes de yeros, habas y algarroba, y que nos suponían más de mil reales diarios, junto al “rayero” de la “Melitona” la pieza de pan de a kilo, una raya, y una cruz por saca de “salvao de hoja”, que todo junto, comenzó a pesar lo suyo. Pero en llegando las rastrojeras y la buena mano -había que fijarse en los serranillos- sin caballos (la mano para partidas pequeñas es mucho mejor que la herradura) las pusieron gordas, a ellas y sus reatas (las retintas -la que no en el camino, a la llegada- parieron todas)
En total juntamos ciento y alguna res, que las movimos por los pastos de las Escuelas, Torrubia, la Laguna, Jarafe (en los papeles pone Xarafe) y Mendoza, Torrechante, Pozo-ancho, “to” lo de Peñaflor, y casi en el Guadalbullón “toa” la Campiña de Jaén, Platero donde nos dejaban encerrarlas, El Brujuelo y Almenara, respetando, dentro de lo posible, lo que la propiedad reservaba para las reses de labor, aunque en los “Pozanchos” nos pasamos un poco, siendo suficientes para mantenerlas y amejorarlas, máxime si tenemos en cuenta que la “cimienza”, no pudo ser mejor, con unas lluvias adelantadas, tanto en otoño como en invierno, que nos permitieron aprovechar los brotes verdes de los trigos y las cebadas tempranas. !Que sí hombre, que sí!, que nos dejaban meterlas en los “sembraos”.
José Olid